Retornamos a los psicotrópicos 80 aunando dos géneros contrarios: conducción y música. Veamos qué tal resulta la mezcla con este análisis de Music Racer.
A veces, no hace falta que un videojuego sea un titán en números. Los seres humanos somos simples por naturaleza y como tal, degustamos el arte minimalista si nos quitamos la venda del «cuanto más, mejor». Supongo que los rusos de AbstracArt es lo que pensaban cuando se lanzaron a portear su exitoso título de conducción en los circuitos de PlayStation 4. No obstante, uno debe saber donde residen los límites de la identidad de su obra para que esta siga transmitiendo, independientemente del sistema donde se reproduzca. Esto es algo que vamos a ver con el siguiente análisis de Music Racer para PlayStation 4.
Carreras contra nuestro sentido del ritmo
Music Racer parte de una propuesta muy simple pero efectiva: correr al ritmo de las canciones que estén sonando. Tal es así que el juego genera proceduralmente pistas según los ritmos de la canción que hayamos escogido. ¿Y contra quién nos batiremos? Pues contra nosotros mismos, culpables. No hay otros vehículos corriendo a nuestro lado, solo existe un medidor de puntos que irá in crescendo conforme «atropellemos» los bloques blancos que actúan como notas musicales.
El videojuego ofrece 4 modos para disfrutar de estas carreras sonoras. Con el Standar iremos sumando puntos mientras esquivamos barreras y formamos combos con las notas que cojamos, con el Zen solo tendremos que preocuparnos de lo último, con Cinematic ni eso, solo veremos al coche correr mientras controlamos la cámara y por último, con Hard tendremos que vérnoslas contra el doble de barreras, correremos a más velocidad y si chocamos, sefiní, querido culpable.
Los puntos, aparte de actuar como registro de nuestras marcas, sirven como moneda para conseguir nuevos vehículos y pistas. Ambos elementos destilan diseños con predominio del neón, lineas que evocan a Tron y una sensación de que estamos encerrados en una maqueta que teme abandonar los gloriosos años 80. Huelga añadir que a los bólidos podremos personalizarles el color para darles un tímido toque distintivo.
¿Sensación de vacío o de completismo espiritual?
Cuando dije que se trata de un título minimalista no mentía, pues todo lo que os mencioné en el anterior apartado conforma la totalidad de la experiencia. Si queremos progresión, ésta la encontramos en cosechar puntos para ir engordando nuestro garaje y selección de circuitos pero hablando de la experiencia en concreto, mastear las pistas y dejarse fluir por el ritmo de la música es lo máximo a lo que podemos aspirar.
Algunas canciones son una pasada y nos meterán en un estado de nirvana que solo se romperá una vez llegamos a la meta, pero por desgracia las que podemos catalogar como tal son el porcentaje mínimo. La mayoría son pistas nacidas del machaqueo de sintentizador sin apenas matices originales y que se vuelven repetitivas al primer cuarto de la reproducción.
Un problema bastante severo tratándose de un juego cuyo fuerte pretende ser el aspecto musical. Sin embargo, esto ocurre por anular la filosofía original que pudimos disfrutar en PC. En este sistema, no había canciones propias, sino que teníamos que batir aquellas que cargásemos desde nuestro disco duro o que importásemos desde la misma YouTube. Con esta idea, las posibilidades se catapultaban al infinito por permitir cualquier género, artista y banda sonora. Si no te gusta el género wave, con la versión de PS4 vas estar más que fastidiado.
¿El Hacendado de los juegos musicales?
De todas formas, si nos ceñimos al propio género musical, el juego es infinitamente simple. No hay combos, la dificultad se tiene que forzar a eliminarnos al primer fallo para ofrecer un mínimo de desafío, la falta de variedad en su score mata la idea casi en su totalidad y que haya rivales que lo hacen todo mejor no ayuda.
Sin ir más lejos, en 2016 pudimos disfrutar de Riff Racer, un juego que se vale de la misma idea y estética que éste pero dando al jugador mucho más que hacer en las carreras. Saltos, turbos, combinarse con un carrusel fantasmal para mejorar tiempos, marcadores online y también la posibilidad de cargar pistas que tengamos en nuestras bibliotecas musicales.
La idea de AbstracArt de intentar replicar el éxito en PlayStation 4 no era mala, pero si por el camino te dejas lo más atractivo (poder importar tus canciones o las de YouTube) anulas por completo la razón de ser de tu producto. El juego se queda en un título muy chulo a nivel visual, pero queestá vacío, es demasiado sencillo y apenas guarda atractivo para apegarnos a él. Esperemos que con el tiempo vayan actualizándolo para equipararse a su hermano de PC.