Blizzard lleva dados unos cuantos bandazos, pero parece que cuando quiere, sabe hacer las cosas como el Diablo manda. Análisis de Diablo 4.
Ay, qué tiempos aquellos cuando uno era un chaval de poco más de 12 años y pasaba sus tardes inmerso en el cibercafé. Buenas tardes rodeado de amigos, y descubriendo cada día un juego nuevo que dejaría su huella imperecedera en su memoria, por mucho que pasasen los años. Es el caso de Diablo II, que aunque siempre tuve ciertas desavenencias con él, no puedo negarle esos recuerdos materializados jugando en compañía. Diablo III también fue capaz de generarme sentimientos similares, aunque me pillase ya en mi veintena, y esperaba poder pasar emular esas sensaciones con la última entrega de Blizzard. Parece que los estadounidenses se apiadaron de mi alma, y como veréis en este análisis de Diablo 4, estamos ante uno de los pepinos del año y posiblemente del género dungeon crawler.
Un manjar para los «odiadores» de la tercera parte
No es un secreto de Estado que Diablo III fue el centro de muchas controversias. Por un lado, el juego se estrenó con la casa de subastas, un polémico modo que permitía a los jugadores negociar con dinero real vendiendo y comprando los objetos que fuesen consiguiendo durante sus partidas. Aunque suena genial sobre el papel, en la práctica se generó un mercado negro de especulación que fue perjudicial para muchos usuarios. Si a esto le sumamos que su ambientación mutó hacia una dirección más colorida y épica, abandonando los tonos grises y macabros de sus antecesores, no es de extrañar que la comunidad acabase dividida.
Por fortuna, Diablo 4 ha decidido abandonar la senda comenzada por la tercera parte para regresar a sus raíces, volviendo a esa trama inconfundible donde el terror y la aventura se dan de la mano, generando esas chispas de tensión e incertidumbre tan sabrosas dentro de una experiencia conducida por la acción. En esta ocasión, Lilith, la madre de los humanos, vuelve a la vida para sembrar el caos y la rebelión en el mundo de Santuario. Nosotros acabaremos salpicados por sus planes por estar en el lugar y momento equivocados, teniendo que batirnos en una gesta de proporciones colosales con el objetivo de parar sus planes y salvar, una vez más, al mundo.
En un análisis de Diablo 4 como este no queremos andarnos con tonterías, y el juego tampoco, el cual nos masca una trama mucho más adulta y sólida que las vividas en los títulos más próximos de la saga. Las cinemáticas están a la orden del día para narrarnos los pasos de la villana, otras escenas, generadas por el motor del juego, nos harán protagonistas de diferentes situaciones, como, por ejemplo, conocer a nuevos personajes secundarios que nos ayudarán a pararle los pies a esta demonio. Como era de esperar, los giros de guion también estarán a la orden del día y en más de una ocasión nos dejarán boquiabiertos con los resultados.
Estructura clásica para los paladares más añejos
Otro punto donde Diablo 4 ha decidido dar un paso atrás ha sido en cómo desarrollar su aventura principal. La misma se compone de actos, una estructura ya conocida para el jugador experimentado de Diablo, los cuales se irán completando a medida que vayamos hablando con NPC y solventando las tareas que nos van ofreciendo. En esta ocasión, nos darán dos tareas grandes en cada acto que deberemos completar en el orden que quedamos. Esta consecución se repite hasta llegar al cenit de la aventura, por lo que es comprensible que acabe haciéndose tediosa para algunos jugadores. En mi caso, es cierto que de entrada lo agarré con fuerza, pero poco a poco empecé a notar el hastío. Considero que era la hora para ser rompedores e intentar probar con un desarrollo más novedoso.
Por otro lado, como también es menester en la saga, tenemos toneladas de contenido secundario que nos saldrá al paso. El mismo bien podemos buscarlo a conciencia: salir fuera de las ciudades y meternos en cualquier mazmorra que veamos buscando recompensas, o puede que nos asalte simplemente por caminar hacia nuestros objetivos, con eventos temporales que, de participar en ellos, seremos recompensados con objetos de rarezas importantes.
Claro está, si nos aburrimos de jugar con un mismo personaje, siempre podremos empezar la aventura de cero con otra clase, puesto que cada una de las clases se controla diferente, tiene su propio árbol de habilidades (muy personalizable y pudiendo resetearse fácilmente para experimentar nuevas técnicas) y podemos enfocarla hacía determinados objetivos, como pasaba en Diablo II. A ello sumadle los glifos, mejoras que podemos activar a partir del nivel 50 y que nos permiten desarrollar el personaje hasta el infinito, por lo que nunca tocaremos techo en este sentido.
Si sientes angustia y asco, es que el juego está haciendo las cosas bien
No podemos haceros un análisis de Diablo 4 sin contaros lo que nos ha parecido en lo visual. Empezaré relatando las cositas que nos depara el potente editor que trae el juego, siendo infinitamente superior a lo visto en entregas pretéritas, el cual nos deja en nuestras manos el crearnos al héroe de nuestros sueños (o pesadillas). Desde un montón de tipos de tatuajes, diferentes formas y colores para los ojos, peinados, estilos de piel… La personalización en Diablo 4 es una cosa bastante demente que nos llevará a encariñarnos, todavía más, con nuestros protagonistas.
En cuanto a lo que nos entra por los ojos, Diablo 4 ha dado un salto monumental frente al tercero, dejándolo absolutamente en pañales. Ya no solo me refiero a cuestiones artísticas, enfatizando de nuevo el buen uso de los tonos oscuros o el juego que da la sangre, sino en el gran trabajo de texturizado y luz para realzar unos escenarios muy ricos. Las físicas también juegan un papel importante en esto, con un motor que genera destrucciones allí donde se forme la gresca, dejando cadáveres descuartizados y cascotes de miles de formas diferentes.
Tampoco escatimaré en alabar su HUD. El mismo es mucho menos intrusivo que en entregas pretéritas, informando de lo que debe informar en todo momento con un iconos y números inteligentes. Eso sí, no estaría demás un ajuste extra para las descripciones de misiones activas, llegando a resultar incómodo, en el lado derecho de la pantalla, en momentos donde hay muchos enemigos dándonos guerra.
La fórmula de siempre, tan adictiva como siempre
Al fin de cuentas, Diablo 4 se debe a su género: es un dungeron crawler de manual. Dicho de otra forma, estamos ante una aventura hack & slash donde los combos van por macros y la acción la visualizamos desde una perspectiva cenital. El quid de estos juegos consiste en matar masas de enemigos con el fin de obtener equipamiento cada vez mejor y materiales que nos permitan mejorarlos a cotas todavía más extremas. En este aspecto, la obra de Blizzard no inventa la rueda, pero la refina para que no sintamos que «estamos jugando otra vez al mismo juego» como si pasa con otras de sus obras *tos* OverWatch 2 *carraspeo* siendo la experiencia sumamente placentera.
Este refinamiento vienen dado por la inclusión del botón de esquiva, uno que cambia según la clase que estemos jugando y que es una herencia evolucionada del ya visto en la versión de Diablo III de consolas. En esta ocasión, se ha incorporado como una mecánica principal que aparece en todas las versiones del juego, indiferentemente del tipo de control que usemos. Ya que hablamos de esto, tengo que decir que me encuentro mucho más cómodo jugándolo con mando que con teclado y ratón, pues considero que se ha sabido optimizar de una manera perfecta a este tipo de control, quedando la versión clásica algo más desfasada.
Lo del botón de salto va en consonancia con la evolución que han sufrido los jefazos del videojuego. Donde antes solo teníamos que preocuparnos de ejecutar nuestras macros y tirarnos la poción cuando tocase, ahora tenemos que ir con la mente fría, pues los combates han ganado mucho peso táctico que nos obligará a saber cuándo pegar, con qué pegar y también ser conscientes de esquivar los golpes. Aquí se nota la influencia del género soulslike, pues los ritmos son bastante parecidos, invitándonos a ser pacientes y no a soltar ataques a lo loco como venía siendo el santo y seña de la casa.
En lo sonoro, Diablo 4 es una odisea que sabe captar a la perfección lo tétrico de la propuesta.
Lilith, sé nuestra madre también – Análisis de Diablo 4
En lo técnico, tengo que ponerle algunos peros a esta obra. Cuando jugué a las betas en PlayStation 5, el rendimiento me dejó anonadado, sin embargo, en PC he tenido pequeños tirones que me han enturbiado un poco la experiencia (y eso que tengo una 3070 RTX). Tampoco es nada grave que deba aplacaros vuestras ganas de repartir estopa en el infierno, pero no está demás tener en cuenta que no es un juego que se conforme con poca máquina para jugar en sus máximas prestaciones.
Por otro lado, tengo que resalzar su duración, pues aunque su historia podamos completarla entre las 25-30 horas (una cantidad perfecta para un servidor), el endgame os puede llevar hasta el infinito y más allá. Aquí tenéis que sumarle la gran cantidad de mazmorras, eventos y peticiones que tendremos para completar, pudiendo duplicar o incluso triplicar la duración de la campaña. Tampoco olvidar que tiene PVP con juego cruzado, por lo que si disfrutas pegándote con otros jugadores para estudiar la eficacia de tus builds, Diablo 4 no te lo pondrá difícil.
En conclusión, lo que puedo deciros tras este análisis de Diablo 4 es que Blizzard siegue portándose bien con esta saga. Puede que la haya cagado de forma estratosférica con World of Warcraft, Warcraft III: Reforged e incluso con OverWatch 2, pero se han portado bien, pero que muy bien, con esta entrega de su franquicia infernal. Poco que achacarle más allá de que puede hacerse repetitivo si no eres muy de este género, porque en lo demás es un diamante en bruto sin discusión.