Si hay una cosa que nos puede llegar a gustar más incluso que el propio juego, son los minijuegos de los videojuegos.
Hace algún tiempo, os hablé de mi interés por volver a ver el Pokeathlón en los juegos de Pokémon. Y, la verdad, quién no lo querría, pues al fin y al cabo lo componen un montón de minijuegos de lo más entretenidos. Y aquí viene mi gran secreto: me flipan los minijuegos de los videojuegos.
Sí, no puedo negarlo, basta conque me pongan cualquier chorradita de esas en pantalla, que yo voy a dedicarle horas, muchas horas. Ya puede el mundo estar acabándose que ahí estaré yo, pidiéndole al tabernero otra partidita de Gwent hasta que le gane (porque, reconozcámoslo, por mucho que me gusten soy más mala que el hambre con ellos).
Pero, ¿sabéis qué? No considero esto mi culpa en absoluto. La culpa para los desarrolladores, que lo hacen tan entretenidos, invitándonos a explotar esa sensación de «completismo» en el juego. Aunque supongo que también vale como vía de escape. A fin de cuentas, añadirle más y más variedad a un título lo hace más atractivo. Si volvemos a poner el ejemplo de The Witcher, podemos encontrar un título que toca muchos polos. Tenemos conversaciones con carga de decisiones bastante grande, una trama interesante, combates que te exigen moverte como un auténtico brujo… pero, ¿qué pasa cuando estás harto de matar grifos y abominaciones? Pues nada mejor que relajarte con una partidita de cartas.
Sí, ya sé que, realmente, tenemos estos juegos de manera individual, pero no explotan el factor de «cansancio» al que he aludido antes. Sí, echarte unas partidas a Runeterra o Gwent tras un día duro de trabajo o clases está bien, pero realmente ese momento de desconexión viene de la misma rutina del día a día. Yo, en lo personal, lo veo más interesante en juegos que no tienen que ver con esto al 100%. Como he dicho, es la variedad que le da al título, es el «ahora estoy masacrando al rival, me echo dos partidillas de esto y luego sigo con la trama principal». Es el cambio sin realmente tener que cambiar de «chip», pudiendo fácilmente cambiar de registro sin apartarnos realmente del mundo en el que estemos jugando.
Pero es que hay que reconocerlo: los desarrolladores crean algunos que se hacen más y más interesantes cuanto más juegas. Por ejemplo, uno de los primeros que probé, y uno de los más laureados en aquellos años, sin duda era Triple Triad. Era un juego de cartas sencillo, que realmente no requería mucho aprendizaje. Pero tenía ese regustillo de «quiero echarme otra partida más, quiero conseguir esa carta que me dan por ganar». Recuerdo que en muchas webs que visitaba incluso tenían este juego programado para que los usuarios compitieran entre ellos, por lo que se ve la popularidad que alcanzó este pese a su simpleza.
Pero no todos son juegos de cartas, por supuesto, que parece que aquí las cosas sólo va de estas cosas rectangulares. Si nos vamos a Pokémon, mismamente, además del Pokeathlón los minijuegos más famosos que tiene son los del casino. Desde luego, encontrar un buen casino es difícil, pero en Pokémon se llevaban la palma. Da igual que estén regentados por el Team Rocket o por un simpático señor alcalde de una ciudad, era el mejor sitio para relajarte después de capturar los ochocientos veintisiete monstruos de bolsillo que te pide el juego.
En esta misma línea tenemos a los Dragon Quest, que siguen explotando este formato con casinos que te invitan a conocerte bien las mesas para saber cuando ganar. Puede que cueste, pero al final sacarás esa espada legendaria o esa armadura expuesta en la vitrina. Puede que no sea la mejor del juego, pero desde luego es poderosa. Y lo mejor de todo: lo has conseguido tú, con tu esfuerzo, aprendiéndote las cosas sin tener que recurrir a la fuerza bruta dándole espadazos a un enemigo.
Podríamos seguir así hasta la saciedad: las carreras de dragones de Suikoden V, los combates de bichos de Rogue Galaxy… pero lo cierto es que tenemos una variedad bastante envidiables de ellos. Y sí, os podéis haber dado cuenta de que hablo, en su mayoría, de minijuegos en RPG, Esto es por dos motivos concretos. El primero de ellos es que, bueno, es uno de los formatos que más consumo, y eso, queráis que no, se nota.
El segundo es porque estos títulos tienden a tener una cantidad ingente de horas en su haber para poder completarlos. Teniendo, como mínimo, 20 y como máximo… bueno, si ponemos de máximo el WoW no acabamos. Buf, si contara todas las horas que me he tirado pescando en World of Warcraft, os asustaríais. Pero ahí está la clave: la diversidad que nos ofrecen en los juegos de mucha carga narrativa, de muchas horas, que exigen un mayor compromiso por parte del jugador. Sin duda, los minijuegos sirven como válvula de escape, y se lo agradecemos enormemente.