La crisis del jugador

¿Hemos olvidado cómo disfrutar de los videjuegos? ¿Te llenaba antes más una partida que ahora? Si eres de aquellos que piensan que han perdido parte de su ilusión como jugador esto te puede interesar.

Desde que tengo uso de razón me han atraído los videojuegos como un lápiz a un tonto, algo que parece repetirse en gran parte de los niños en su afán de estar entretenidos el mayor tiempo posible. Eso sí, en mi caso siempre he estado pegado más a la pantalla que el resto de mis compañeros de clase; mientras que a ellos les atraía variar su tiempo libre con jugar al fútbol o ir al parque, a mi me llamaba más la idea de quedarme en casa y dedicarle la tarde a jugar a la consola -tranquilos, también me gustaba ir al parque, pero no era mi prioridad absoluta de diversión-.

De esta manera, en mi cabeza guardo con mucho cariño mis primeras tomas de contacto con ellos, pasando desde los borrosos momentos en el Contra de NES hasta mis inicios con Super Mario World, Crash Bandicoot y demás nombres conocidos por los jugadores de principios de los 90.

Con el paso de los años he seguido viciando cosa mala y he disfrutado de este hobby una barbaridad, algo en lo que sin duda ha tenido mucho que ver aquella Edición Azul de Pokémon que llevó mi fanatismo a otro nivel. No obstante, desde hace unos años hasta ahora, parece que he perdido por el camino esa ilusión y alegría que durante toda mi infancia me ha acompañado de la mano.

No es que haya dejado de jugar o que ya no me gusten los videojuegos, faltaría más, sino que simplemente el ponerme a los mandos y desconectar un rato del día a día ya no me llena tanto como antes.

¿A qué me refiero con esto? Pues que durante mi infancia y gran parte de mi juventud raro era el día en que no tocara un videojuego y le dedicara un buen porrón de horas diarias, pudiendo sentarme tranquilamente una tarde entera sin despegar los ojos de la pantalla mientras devoraba mazmorra tras mazmorra. Ahora, por el contrario, no soy capaz de aguantar más de una hora o dos seguidas dándole que te pego salvo raras ocasiones (lo mío con Pokémon Sol ha sido enfermizo, lo admito), a parte de que hay incluso días en los que no me apetece para nada arrancar algún juego.

Y no es que haya perdido las ganas por jugar poco, sino que la repercusión es al revés, siendo el causante de estas cortas partidas mi falta de deseo por aventurarme en mundos virtuales.

Llevo bastante tiempo dándole vueltas a los posibles motivos de esto, y es que como jugador de toda la vida esta falta de chispa es algo que realmente me preocupa, por lo que me parece bastante prioritario averiguar qué es lo que me ocurre, siendo uno de mis sospechosos de esta situación la inmensidad cantidad de juegos que tengo.

Mientras que de más joven no tenía dinero para poder comprar lo que quería cuando quería y tenía que conformarme con lo puesto, desde que he empezado a tener cuenta de Steam mi cantidad de juegos se ha disparado gracias a las rebajas de la tienda de Valve, haciendo que tenga una auténtica barbaridad de títulos sin empezar si quiera.

Además, más de una vez he dejado un título a la mitad debido a la salida de uno nuevo o incluso he comprado más de una novedad a la vez, siendo consciente de que no iba a jugar ambas al mismo tiempo, aunque esto más bien creo que lleva al Síndrome de Diógenes del jugador más que a la falta de pasión.

Si me pongo en plan abuelo cebolleta no dudo en apuntar como culpable a los juegos de hoy en día. Sí, lo paso en grande con Mass Effect, Grand Theft Auto, Overwatch y otros nombres tan conocidos de la última década, pero siempre uno acaba contando sus batallitas de la primera PlayStation, la Super Nintendo o la consola que le tocara antiguamente, alegando así que hoy en día es cada vez es más difícil encontrar un título que sea sorprendente y traiga novedades de peso al mercado.

En mis recuerdos aquellos juegos que me acompañaron durante mi infancia me siguen pareciendo mágicos, llenos de una energía y pasión que se contagiaban al coger el mando y empezar a jugar, pero eso de lanzar la culpa a la actualidad no me acaba de parecer sensato. Aunque claro, puede ser también que desde los ojos de un niño todo me pareciera más entretenido.

Pero ojo, ¿y si llevo dando vueltas en círculos y se trata simplemente de saturación? ¿He jugado ya a tantos videojuegos que ya me he vuelto insensible a su poder? No lo creo, sigo teniendo hype y ganas de hincar el diente a gran parte de las novedades que veo anunciadas, aunque no es la primera vez que me pasa esto y en cuando me pongo a viciar me gusta lo que veo lo suyo, pero no logro acabar pegado como antaño.

He llevado esta reflexión a otros medios de entretenimiento, como son el cine o la televisión, y me he dado cuenta que en este caso las cosas no son tan exageradas. Sí, es raro también que me pegue una tarde entera viendo una serie de televisión o que incluso me ponga dos capítulos seguidos si éstos rondan la hora de duración, pero tampoco quiero hacer hincapié en este tema ya que desde siempre no he sido amigo de los maratones de series densas.

Puede parecer que me han dejado de gustar los videojuegos, pero para nada esa afirmación sería correcta. Sigo yendo directo a las estanterías de juegos en cuanto piso un centro comercial, me pongo aquellas melodías que me han acompañado en mis ratos de vicio para estar por casa y cada día me interesa más las visiones de los desarrolladores con sus obras. Al menos con este problema sí que tengo algo seguro, y es que sigo siendo un apasionado de los videojuegos.

Pero bueno, en vez de buscar el problema es más lógico y sensato ponerle solución e intentar revivir la llama que ardía en mi interior cuando era más joven simplemente ordenando mis prioridades y dedicándome solamente a viciar a un juego con historia a la vez. Para esto he probado con varios juegos: desde los clásicos que disfruté en mi infancia hasta remakes de éstos o juegos más simples que vayan directos a mi lado fanboy.

¿Qué pasó con los resultados? Pues que ni Crash Bandicoot, ni New ‘n’ Tasty, ni Dragon Ball Xenoverse 2 han logrado arrancarme tardes enteras en este experimento, cansándome de ellos a las pocas horas de jugar, aun siendo títulos que me siguen entreteniendo y me parecen buenos o me hacen tilín.

¿Entonces qué demonios me ocurre? ¿Estoy en una crisis como la de los 40 años o la que se vive en plena juventud al reflexionar sobre el futuro? Sinceramente, no tengo ni la más pajolera idea de esto. Puede ser simplemente una mezcla de todo lo que he dicho antes, o un paso lógico tras todos estos años de jugador y el preludio a valorar de mejor manera mi afición por los videojuegos.

No ha sido la primera vez ni será la última que reflexione sobre este tema y le busque una solución a esta crisis como jugador ya sea dentro de mí o en un juego que me devuelva los sentimientos y ganas de no hacer otra cosa más que no siento desde hace años.

Hasta entonces, en lo que si que no cesaré es en darle la vuelta a la tortilla y volver a sentir esa magia que me daban los juegos cuando mi mayor preocupación era sobrevivir diariamente a las clases y saber cómo seguía la aventura de los Niños Elegidos en la Isla File.

Diego Sommier

No tengo ni idea de videojuegos porque no pronuncio bien sus nombres en inglés y me marqué un Cuphead de campeonato en la gamescom. Ah, y según un papel de mi pared, también soy informático.

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